Atravieso el umbral. Observo a mi alrededor, múltiples caminos se abrían frente a mi, sumados en la penumbra. Y, a la vez, de cada una de estas miles elecciones, más adelante hay más, y sería una estupidez que el responsable hubiese dispuesto más de una salida, o acaso ¿es una muestra de bondad? ¿es en realidad ese ser frío, calculador y siniestro más débil de lo que aparenta exteriormente? Comienzo a caminar, me hundo en las sombras, no veo mis pies, la densa niebla blanca me impide ver más allá de mi torso. Quien sabe lo que mis pies descalzos rosaban al pasar por esa fría piedra lisa. Llego al final del recorrido y me encuentro con más caminos nacientes desde mi ubicación. Escojo uno, al azar, puesto que ninguno presentaba algo que lo diferenciara del resto. Prosigo mi camino, y esta escena de elegir caminos se repite innumerables veces, recorro este laberinto una y mil veces, tal vez pequé de confiado. He perdido la noción del tiempo, me quedo sin fuerzas, mi cuerpo pide a gritas agua, comida, descansar. En vano intento por encontrar la salida, una idea muy idiota, comienzo a correr sin destino alguno, pasando por caminos y caminos que a mi entender ya había recorrido. Caigo agotado, respiro agitadamente, puedo oler el moho, tierra y humedad, que causaron el paso del tiempo. Siento el suelo muy frío. De repente, escucho el latido de un corazón, pero no es el mio, se confunden el uno con el otro, iban a la par, están en fase. Comprendí entonces que no estaba solo en la desgracia de este laberinto. Eramos un espejo, cada uno era uno y a la vez era el otro. Nos confundíamos, nos fusionábamos, y a la vez sentimos que estábamos solos, porque en realidad eramos una sombra del otro. Es así como el ciclo se repetirá, porque es el ciclo de la vida ¿volveremos a ver a alguien más o para cuando eso suceda estaremos fuera de esta prisión que nos hostiga y nos funde los sesos?
Creo que no hay una respuesta para esa pregunta, pero si sé que nunca pero nunca vas a estar solo en este mundo frío y cruel.
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